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Luis Cardeña Gálvez
29/04/2015
UN ECLIPSE DE ESTRELLAS.
 
 

UN ECLIPSE DE ESTRELLAS


Eduardo Rodrigálvarez. El País Brasil 2014



Alberto Spencer Herrera (Ecuador, 1937) ganó tres Copas Libertadores, dos Copas Intercontinentales y siete Ligas en Uruguay. Todas con Peñarol. Fue el máximo goleador histórico de la Libertadores con 57 goles. Aunque destacaba por su fútbol con las dos piernas, le llamaban “cabecita mágica” por su facilidad para rematar con la almendra: es decir, manejaba las tres variantes de ese juego. Acabado el fútbol, se convirtió en cónsul de Ecuador en Montevideo en 1982, y en 2006 sufrió un infarto cuando pasaba consulta con su cardiólogo en la capital de Uruguay. Fue tratado de su dolencia en Cleveland (EE UU), pero murió el 3 de noviembre del mismo año en USA. Desde entonces, sus restos reposan en Montevideo. A pesar de su historial, que le llevó a ser considerado como uno de los 20 mejores jugadores sudamericanos del siglo XX y de haberse establecido en Uruguay desde 1973, Alberto Spencer Herrera nunca jugó un Mundial. Sus restos reposan en Montevideo, su equipo fue el Peñarol, jugó partidos amistosos con la celeste uruguaya, pero nunca jugó un Mundial. Era ecuatoriano, de Anion, un municipio de Guayaquil, y jamás renunció a su origen a pesar de los ofrecimientos uruguayos para obtener la doble nacionalidad. Siempre se sintió un ecuatoriano, aunque se pasar media vida y toda la muerte en Uruguay: una cosa era Peñarol y otra Ecuador. Siempre distinguió la celeste de la amarilla y eso le costó no jugar ningún Mundial.

No es el primer caso ni el último. Hubo un tiempo, aunque no lo parezca, en el que prevalecía la raíz sobre el tronco y o había Mundial que se interpusiera en el camino. La gran Copa no siempre ha reunido a las estrellas internacionales del momento. A veces, el firmamento era demasiado grande para el tamaño de sus selecciones. El origen y ls lesiones han sido las principales causas de que ilustres futbolistas de cada época se hayan perdido uno, varios o todos los Mundiales. El sueco Ibrahimovic, el galés Gareth Bale, el checo Cech o el polaco Lewandoski, entre otros, no estarán en Brasil porque sus selecciones no lograron la clasificación, una situación que también amenazó a Cristiano Ronaldo en aquel duelo de gigantes que le enfrentó al delantero sueco en el partido de repesca. Ibrahimovic, desde la enorme altura de su soberbia, dijo, tras la eliminación, que no vería el Mundial: “Un Mundial sin mí no tiene ningún interés”. De los cuatro, entre otros, el que más claro lo tenía era Gareth Bale. Su país, Gales, jamás se ha clasificado para un campeonato del mundo y no parece que esté en puertas de conseguirlo, a pesar de los numerosos futbolistas de talento que ha producido la minería galesa.

Gran Bretaña ha sido el paradigma del paradigma de los futbolistas que nunca se sobresaltaron en verano. El derecho a participar con sus selecciones de Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte ha dejado en la cuneta mundial a muchos futbolistas de tronío. A pesar de que Irlanda del Norte participó en tres Mundiales (Suecia 1958, España 1982 y México 1986), la melena de George Best nunca se balanceó en el principal torneo del mundo. Ni siquiera en la Eurocopa. Estuvo a punto de participar en el Mundial de España, pero su edad y su deterioro físico no lo aconsejaban. Tenía 36 años, pero parecían muchos más. Huelga decir que al ‘quinto Beatle’ jamás le importó: romperle el verano hubiera sido un fastidio y el fútbol lo disfrutaba igual en las grandes que en las pequeñas citas. Un Mundial quizás lo hubiera considerado un tiempo desperdiciado.

Esa potestad no sólo dejó fuera a Best de cualquier Mundial. Gales ha sido otro ejemplo de futbolistas que asumieron la oscuridad del campeonato del mundo apostando por la identidad original. Ryan Giggs, otra leyenda del fútbol británico (ahora segundo entrenador del United), limitó su magisterio a los campeonatos de clubes, lo mismo que Bale o antes Ian Rush, el ‘killer’ del Liverpool. De haber coincidido los tres la delantera de Gañes sería terrorífica.

Pero antes que Bestt o Giggs, otros grandes astros padecieron un eclipse mundial. Di Stéfano, uno de los cinco mejores futbolistas de todos los tiempos, nunca disputó un Mundial: siendo argentino, su país no participé en 1950 y 1954; siendo español, sufrió que su nueva selección no se clasificara en 1958 y, cuando lo hizo en 1962, estaba lesionado. Ya en 1966, ‘La Saeta’ estaba al final de su carrera y se le había pasado el arroz. Tal cúmulo de circunstancias demuestra que los astros del balón también padecen la nubosidad variable de las casualidades o las fatalidades.

Tampoco Kubala, el máximo representante de la magnífica selección húngara que cambió el fútbol en los años cincuenta y que se convirtió en la selección del exilio europeo, no jugó nunca el máximo torneo. A pesar de haber tenido, por razones más personales que futbolísticas, tres nacionalidades (Hungría, Checoslovaquia y España), Kubala nunca disfrutó de ese placer. Su atribulada vida no se paró en esa estación de lujo.

Las ausencias de los ilustres siempre se han movido entre esos alambres: los de la honestidad original o la fatalidad física. Aunque a medida que el fútbol se complicaba, es decir, se profesionalizaba en busca de un negocio insaciable, las normas convertían los alambres en chicles infinitos. Ya en plena voracidad económica, Francia tampoco escapó al padecimiento (buscado o recibido) de sus ídolos. Eric Cantona, la figura más rutilante de los años noventa, tampoco supo lo que era jugar un Mundial. El hombre que junto a otros franceses (como Wenger, entrenador, o Djorkaeff, jugador) dirigieron la cirugía del fútbol británico, se quedó fuera de la gran cita, aunque en su caso, los enfrentamientos con las autoridades futbolísticas le cerraron el camino. Bien es cierto que Francia tampoco participó en los Mundiales de 1990 y 1994, sumida en una crisis futbolística fruto de la emigración de sus jugadores y la ausencia de respuestas por parte de la federación. Nadie dijo que fuera fácil controlar el carácter de Cantona, mágico en el juego, pero volcánico en la vida. Tampoco David Ginola, probablemente el último artista del fútbol francés, corrió mejor suerte.

La historia demuestra que la arrogancia de Ibrahimovic no tiene explicación. Un Mundial sin el jugador sueco es mucho más llevadero que un Mundial sin Di Stéfano o Best, por ejemplo. En España, Guti se quedó siempre sin Mundial. Y, sin embargo, el destino quiso que el sol saliera para Antonio Guzmán, futbolista del Rayo Vallecano, que militando en Segunda División fue convocado para el Mundial de Argentina 1978. No hubo ni antes ni después otro caso igual. Lo que Kubala no consiguió como futbolista, se lo concedió a un futbolista de la aguerrida clase media. Ese día, el solo no salió por Antequera, sino por Vallecas.


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