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EL MUNDIAL               + artículos -->

Luis Cardeña Gálvez
21/01/2010
ITALIA 1934.
 
Foto ilustrativa del artículo
 

ITALIA 1934


Julio Maldonado, ‘Maldini’: “De la Naranja Mecánica a la Mano de Dios”. Editorial Planeta, 2006



El Mundial de Uruguay fue el lanzamiento definitivo del juego como pasión universal. Los campeonatos nacionales se iban consolidando cada vez con más fuerza y la necesidad de medirse con otros países había dado un extraordinario carácter y atractivo a los encuentros internacionales. Cuatro años después de la primera cita mundialista, la supremacía uruguaya era amenazada por su vecina Argentina, por España y por Italia, la anfitriona.

Cigarrillos Coppa del Mondo

La FIFA eligió Italia como sede del segundo Mundial. Era la Italia de Benito Mussolini, que hizo del evento una cuestión personal y propagandística del fascismo. Nunca había acudido a un partido de fútbol, pero ya era consciente de la magnitud del juego como elemento manipulador de masas. Lo vio como un instrumento ideal para la difusión de sus ideas y como un escaparate para mostrar la grandeza de su Italia. Así que el Duce se volcó por completo y puso en liza una máquina propagandística que se inició en los carteles oficiales del evento. Un musculoso jugador de fútbol con los colores de la selección italiana que alzaba su brazo derecho emulando el saludo fascista, se erigió en testigo del campeonato en las calles de toda Italia. Tan metido estaba Mussolini en la cuestión que apreció que el tabaco en las gradas era otro de los opios del pueblo y creó la marca de cigarrillos Coppa del Mondo. Los estadios también fueron bautizados desde la ideología: Estadio del Partido Nacional Fascista (Roma) y Estadio Benito Mussolini (Turín)

Una plaza para el organizador a cambio de un edificio

Italia tuvo que jugar una eliminatoria para obtener su plaza en el Mundial que organizaba. Fue la primera vez en la historia que el país organizador tuvo que ganarse la plaza. Los italianos se midieron a Grecia, selección a la que derrotaron (4-0) en el encuentro jugado en casa. Los griegos desistieron de jugar el partido de vuelta. Con el tiempo se supo que renunciaron a jugar porque los italianos se comprometieron a construir el edificio de la sede de la Federación Griega.

Cambio de nombre: de brasileño a italiano

Como ya es sabido, Monti fue nacionalizado con métodos convincentes, pero las posibilidades de victoria pasaban por obtener el mayor número de nacionalizados posible. Orsi, Guaita y Demaría, argentinos, siguieron los pasos de Monti. El caso más significativo fue el del brasileño Anfhiloquio Marque Filo, que cambió su nombre por el italianizado de Anfilogino Guarisi.

Orsi y los peligros de las chicas y la nieve

Orsi vistió la camiseta de Italia antes que Monti, aunque a este último le habían convencido antes. De hecho, Orsi fue de los primeros oriundos en la historia del fútbol. Había defendido los colores de Argentina en la Copa de América de 1927, de la que salió campeón, y en los Juegos Olímpicos de 1928. Después de su espléndido papel en los Juegos, la Juventus o fichó deslumbrada por su habilidad y potencia. Se enteró por la radio de que Vittorio Pozzo, el seleccionador italiano, le iba a dar la oportunidad, a sus treinta y tres años, de jugar un Mundial. Pozzo convocó a los seleccionados para una reunión en la sede de la Federación Italiana y su primer discurso, sabiendo ya de antemano lo que para el Duce significaba este Mundial, versó sobre la normas de comportamiento: “Quiero salir campeón del mundo. Por eso les pido el máximo sacrificio, que se cuiden en la vida privada, que no anden por ahí con las ragazzas”. Orsi salió de esa primera charla concienciado de que tenía que dejar su afición a bailar el tango en las noches frías de Turín, pero en la puerta le esperaba su compadre Renato Casarini, otro argentino pescado por la Juve. Cesarini estaba con su flamante Masseratti y dos chicas. Sin darle tiempo a decir que no, arrancó el coche y partieron rumbo a Suiza a ¡esquiar! Sabidos son los problemas físicos que puede acarrear el esquí a los futbolistas, y Orsi estaba incumpliendo las órdenes de Pozzo al instante de haberlas escuchado. Y la desgracia estuvo a punto de suceder. Cuando Cesarini se estaba poniendo los esquís, se resbaló y arrastró a Orsi pendiente abajo a gran velocidad. Cesarini gritaba que alguien les parara a la vez que Orsi le decía: “Compadre, no grite, que salimos en todos los diarios y Pozzo me mata y me saca de la selección”.

Un atraco a palos

Italia tenía que ganar sí o sí y España lo pagó. Los cuartos de final midieron a ambas selecciones en Florencia y los italianos tenían claro que debían ganar por lo civil o por lo criminal. Se decidieron por la segunda opción y el resultado fueron siete jugadores lesionados: Zamora (dos costillas fracturadas por las embestidas italianas en los balones aéreos), Ciriaco, Fede, Lafuente, Iragorri, Gorostiza y Lángara. El gol español lo marcó Luis Regueiro y el de los italianos, previa falta de Schiavio a Zamora, lo hizo Ferrari. El partido de desempate se jugó en Florencia al día siguiente sin los lesionados españoles y sin cuatro italianos. La batalla continuó y Monti se cargó al extremo izquierdo Bosch y también cayeron Quincoces, Chacho y Regueiro. El gol de Meazza, el cuello de los árbitros también debía de estar avisado, subió al marcador porque el suizo Mercet no quiso ver una carga de Demaría a Nogués, el sustituto de Zamora. El escándalo alcanzó tal magnitud que la FIFA estuvo cerca de expulsar de por vida a Mercet, así como a su propia federación. El belga Baert, que arbitró el primer partido, corrió la misma suerte, y Zamora pidió la no participación de la selección española en competiciones internacionales como protesta. Aquel partido de infinitas patadas lo resumió así Orsi: “Menos mal que ganamos. Mejor dicho, ganó Monti. Les pegó a todos, creo que hasta al seleccionador español. El árbitro no vio nada en el gol de Meazza y los españoles le querían matar. Pero eligió: si lo anulaba, le mataban los italianos”.

Las amenazas de Mussolini

-General, Italia debe ganar este Mundial que se juega en nuestra casa.

-Haremos todo lo posible, Duce.

-Creo que usted no me ha entendido bien, general. He dicho que Italia debe ganar este Mundial. Tómelo como una orden.

Este diálogo entre Benito Mussolini y el presidente del Comité Olímpico de Italia, el general Vaccaro, en el Palacio Venecia de Roma, fue la primera amenaza velada que el dictador italiano arrojó sobre las cabezas de los integrantes de la ‘squadra azzurra’.

Entre sus componentes se encontraban Luisito Minchi y el Mumo Orsi, argentinos nacionalizados. Los muchachos que dirigía Vittorio Pozzo ya sabían del interés, a vida o muerte, que el Duce había puesto en este título. El más afectado parecía Monti, que disputó todos y cada uno de los partidos y balones divididos bajo el cara o cruz mortal que les había suscitado Mussolini. Monti ya tenía la experiencia del Mundial de Uruguay y sabía cómo se las gastaba el Duce. Para colmo, la noche del 10 de junio, previa a la final con Checoslovaquia, Mussolini los visitó en el hotel de concentración. Apareció por sorpresa a la hora de la cena y fue breve y escueto: “Señores, si los checos son correctos, seremos correctos. Eso ante todo. Pero si nos quieren ganar a prepotentes, el italiano debe dar un golpe y el adversario caer. Buena suerte para mañana y no se olviden de mi promesa”. El Duce acompañó estas últimas palabras llevándose la mano al cuello y simuló un corte frío el la yugular. Para Monti ya fue demasiado ver en directo al propio Duce insistir en la amenaza. Así que, cuando Pue marcó para los checos, debió de verse criando malvas. Al empatar Orsi, su estado de ansiedad se desató, por lo que contó el propio jugador años después: “Se me cayó toda Italia encima después de marcar. Monti me daba patadas y yo le decía: Quieto, Luis, no me pegues más que no soy un rival. Deja de darme patadas”.

“Es que nos salvaste la vida”, le gritó loco de alegría Monti, que también resumió así sus desventuras y sus miedos: “En 1930, en Uruguay, me querían matar si ganaba, y en Italia, cuatro años más tarde, si perdía”.


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